Sí, se cayó el muro hace veinte años, pero muchas cosas aterradoras permanecen en pie. Aquel producto de la Guerra Fría, que cada día estaba más caliente, se vino abajo sin alterar, en realidad, nada de lo que ya se estaba anunciando como la nueva panacea universal: la economía de mercado. El neoliberalismo, gran productor de pobrezas, erigió otros muros más infames que el de Berlín. Llegaron los discursos de una nueva era. Los ideólogos del capitalismo agitaron las banderas de la muerte de las ideologías. Fukuyama con su edulcorada versión del fin de la historia fue como una suerte de profeta de la mentira. Había que borrar todo aquello que estuviera en contra de un poder que llevaba más de tres siglos creando inequidades.Cualquier muro, visible o invisible, va en contra de la dignidad humana. Y de la solidaridad. La construcción de espacios habitables en los que todos tengan el modo de ser y tener modo sigue estando entre los presupuestos de la utopía. Y la caída del muro de Berlín fue también el derrumbe –por lo menos temporal- de una utopía. El fracaso de un socialismo que por dentro jamás exterminó el huevo de la serpiente del capitalismo y sus formas de dominio. Con todo, como decía alguien, no hay nada más criminal que la economía de mercado. En casi trescientos años de su hegemonía, ha perpetrado catástrofes ambientales, lanzado bombas atómicas contra pueblos vencidos, invadido países, cometido genocidios, creado campos de concentración… Su poder se basa en nuevas formas de coloniaje, en sumir en el desconcierto la voluntad popular, en volver trizas el medio ambiente. Asimismo, en promover la ignorancia y la incapacidad para los reclamos. En la economía de mercado el hombre es una mercancía. Todo se vende y se compra, hasta la entrada al paraíso, y sobre todo si tienes tarjetas de crédito. Es capaz de crear monstruos como son los bancos y te puede dejar en la calle porque no alcanzaste a pagar la hipoteca. Los sacerdotes del neoliberalismo aprovecharon la caída del muro berlinés, para lanzar sus cantos desafinados en pro del capitalismo, hoy más salvaje que nunca. Las legiones de pobres y desplazados campean por todo el mundo, al tiempo que unos cuantos magnates se enriquecen más. Se privatizó lo público, la salud se tornó negocio, aparecieron las transnacionales de la seguridad con sus ejércitos de mercenarios. Con base en la mentira, la economía de mercado y su forma especial, el imperialismo, invadió naciones, creó nuevos muros, exterminó casi ciudades enteras, como sucedió en Irak, donde, además, acabó con la memoria de la humanidad: bibliotecas llenas de historia milenaria. Sí, derribamos el muro, ¿y qué? Todo siguió igual o peor. Comenzó a imponerse el pensamiento único, la vigilancia del Gran Hermano, la pauperización de los trabajadores, el empobrecimiento de los miserables, a los cuales, a veces, hay que esconderlos si llega un pontífice o un presidente de los Estados Unidos. Ha pasado. Y seguirá pasando. Vendrán más muros. Como por ejemplo, el de Ceuta y Melilla, levantado por el gobierno español para evitar el ingreso de la negramenta, empobrecida por diversos colonialismos. O el muro metálico erigido por los Estados Unidos en su frontera con México con el fin de impedir el paso de los que todavía creen en el “sueño americano”, que no es más que una pesadilla. O como el muro de Cisjordania, construido por Israel."Se habla que las favelas de Rio de Janeiro serán cercadas por muros, tal vez para que cuando se celebren los Juegos Olímpicos, los de adentro, víctimas de la economía de mercado, no salgan a robar a los turistas. Y así, muros aquí y allá: en Irlanda y en Corea, en Arabia y en el Sahara, y también los muros invisibles de nuestras ciudades colombianas, plenas de pobres y desarraigados, de desempleados y desahuciados por la economía de mercado. Resulta que la historia no se acabó con la caída del muro de Berlín. Tampoco los sueños de creación de sociedades justas. Y todavía, pese a todo, un fantasma sigue recorriendo el mundo. Las utopías continúan teniendo una función clave: sirven para caminar. ____________________________________________ Éste artículo fue tomado del periódico "El Espectador". Escritor: Reinaldo Spitaletta Recomendación: Margarita Clavijo
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