mercredi 22 juillet 2009

Cine del desasosiego



Hoy en dia, el cine ya no solo es una cuestion de entretenimiento, diversion y fantasia. Ahora, gran parte del cine, trata de temas que tocan de forma sensible nuestras vidas. Muchas peliculas se han convertido en esa memoria imborrable que deja sabor a expansión de conciencia y transformación social.

Este articulo es una gran reflexión de ese papel 'humano' del cine. Sin embargo a pesar de que la mayoria de veces, se preguntaran uds. porque estas peliculas no son distribuidas por las grandes industrias del cine comercial y sin embargo cada vez salen más y son más comentadas que las peliculas taquilleras, o bien, sirven de referentes academicos e investigativos en lugares insospechables y en reuniones secretas entre amigos. Yo creo que es porque este mundo anda mal hace rato, y en muchas cosas.

Les invito a que consideren el siguiente articulo, rigurosamente escrito e ilustrador.

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Los males y los temores del mundo contemporáneo en la gran pantalla
Cine del desasosiego

Por: Javier Porta Fouz


Arte de la ensoñación, la fantasía y la huida de la realidad cotidiana, el cine también se ha hecho eco de todo lo contrario: los grandes problemas que afectan al hombre y las sociedades. No es de extrañar, entonces, que en los últimos años y de manera creciente se haya convertido en vehículo del profundo malestar de nuestra civilización ante peligros como el poder totalitario de las corporaciones, los productos cada vez más sospechosos de la industria alimentaria, la comida rápida, la contaminación, los cultivos transgénicos y muchas otras amenazas.
“Nada impide al cine estudiar los problemas sociales, tanto económicos como artísticos y morales. El filme tiene tales poderosos y personales medios de exponer y comentar un pensamiento, que no puede desinteresarse más de aquel campo de actividad. El cine siente hoy hambre de dignidad. Las más delicadas ideas, las más osadas, las más locas quimeras, los más violentos problemas deben trasladarse a la pantalla como al teatro y al libro” (1). Esto decía Horacio Quiroga (sí, el mismo de Cuentos de amor, de locura y de muerte), en 1920 en Caras y caretas, cuando era crítico de cine, uno de los pioneros de la disciplina. Casi noventa años después, el cine sigue tratando problemas sociales, económicos, artísticos y morales. Pero hay algo llamativo en muchas películas actuales, tanto documentales como ficciones: lo que se pone en cuestión son, muchas veces, y de manera muy directa, los aspectos centrales y cotidianos de nuestra existencia, con gran alcance espacial y temporal: vivienda, educación, transporte, alimentación, salud, incluso las finanzas. Un cruce transversal a ciertas zonas del cine reciente da un panorama que va desde lo sombrío a lo apocalíptico, una especie de alarma fílmica que se activa durante la visión de las películas pero que resuena en actividades nada cinematográficas como comer –o evitar comer– soja, o en la decisión acerca de dónde comprar una vivienda. Cada vez que una generación o colectivo humano quiere arrogarse el récord de penurias en relación con el tiempo que le tocó vivir, aparecen los memoriosos –o la gente con sentido común– a decir que problemas hubo siempre, que la humanidad ha vivido siempre en conflicto, que el siglo XX ha sido especialmente pródigo en desastres. Sin embargo, en los últimos tiempos, varias alarmas se han encendido para toda la humanidad al unísono (y a los problemas que tratan las películas que se mencionan en esta nota podría agregarse otro igualmente acuciante: la escasez del agua, punto de partida del documental argentino Sed, invasión gota a gota, de Mausi Martínez, 2004).


Sensación de zozobra
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El 26 de marzo de 2009 se estrenaba en Argentina Agente internacional (The International), fascinante y certera película de Tom Tykwer (Corre Lola corre) que, desde su afiche, decía: “They control your money. They control your government. They control your life” (“Ellos controlan tu dinero. Ellos controlan a tu gobierno. Ellos controlan tu vida”). Agente internacional se refiere a los bancos. Los villanos de la película son los banqueros. De hecho, hasta el asesino a sueldo contratado por los banqueros es más digno que ellos. El héroe de la película, el “agente internacional” Louis Salinger (Clive Owen) no triunfa. La magra esperanza está puesta en que la investigación judicial acerca de ciertas prácticas bancarias continúe. Una semana después del lanzamiento de la tensa Agente internacional, se estrenaba Cuenta regresiva (Knowing), una chapucera película con Nicholas Cage y dirigida por Alex Proyas. Básicamente, la película avanza por un rosario de accidentes y desastres hasta llegar a un fin del mundo digno de la peor de las pesadillas new age. Cuenta regresiva no importa como película, pero sí muestra que la sensación de desasosiego –y de que lo que está en juego es absolutamente todo– se ha contagiado también a las películas multitarget de más de cincuenta millones de dólares de presupuesto.

Una de las películas de Hollywood más valoradas por la crítica la temporada pasada fue Batman: el caballero de la noche (The Dark Knight, dirigida por el inglés Christopher Nolan). Ciudad Gótica –centro de las acciones de la película más vista de 2008 en todo el mundo, con mil millones de dólares de recaudación– es menos una ciudad de fantasía que una ciudad contemporánea (¿Chicago?) especialmente sombría y con algunos toques futuristas. Enormes e impersonales edificios corporativos, una sociedad fracturada, tecnología de punta utilizada por el propio “héroe” para violar la intimidad de los ciudadanos. Una película convulsionada que captó el Zeitgeist (espíritu de la época) actual. Otra película de 2008 también bien recibida por la crítica y el público (novena en recaudaciones globales) fue la producción de animación WALL-E, dirigida por Andrew Stanton, que mostraba el planeta tierra del futuro convertido en un gran basural despoblado y yermo, con la humanidad obesa, estúpida e inerme dando vueltas por el espacio, en una gran nave-shopping. Sin embargo, las imágenes de montañas de basura y la humanidad en estado de supina idiotez ya estaban en la película La idiocracia, de 2006, que tuvo muchos problemas en su lanzamiento y en su estreno (2). Dirigida por Mike Judge (el creador de Beavis and Butt-head), La idiocracia es una sátira de ciencia ficción contra las tendencias más temibles de la vida contemporánea. En el año 2505, el mundo se ha convertido en un gran basural y, entre otros desastres, la gente habla apenas con gruñidos, la película más vista consiste en 90 minutos de un culo en primer plano, los temas que obsesionan a la sociedad –totalmente rendida ante los grandes medios de comunicación– son el dinero y el sexo, y las cosechas no crecen porque se las riega con una bebida isotónica. La empresa de la bebida isotónica, literalmente, ha comprado la FDA (Food and Drug Administration) (3).


Desmanes alimentarios
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Los libros Fast food nation: the dark side of the all-american meal (2001) de Eric Schlosser y The omnivore’s dilemma (El dilema del omnívoro, 2006) de Michael Pollan, sobre los peligros del sistema alimenticio estadounidense, fueron muy vendidos, comentados e influyentes. Y han llegado al cine, de diversas formas. Fast food nation, un libro de demoledora argumentación mediante la exposición, investigación y estudio de muchos sectores del delirio alimentario en EE.UU., dio origen a la película homónima de Richard Linklater, que compitió en la edición 2006 del Festival de Cannes. El film, de alta visibilidad por su presencia en el festival y la participación de estrellas como Bruce Willis, fue una película un tanto tibia y bastante deshilachada, que tomaba sólo lo más exterior del libro y explicaba poco y de forma bastante superficial. Fast food nation se estrenó en Argentina, al igual que Super Size Me (4), un documental en primera persona que planteaba levemente algunos interrogantes sobre la comida rápida y los efectos nocivos de la tendencia a las porciones gigantescas. El mejor y más potente –por abarcador, por claro, por polémico– de los últimos documentales sobre alimentación lamentablemente no ha sido estrenado en la Argentina, aunque pudo verse en la última edición del BAFICI. Se trata de Food, Inc., de Robert Kenner, que pivotea sobre los dos libros mencionados y entrevista a sus autores. Se trata de un documental informativo de combate, con mucho de manifiesto, que comienza preguntándose cuánto maíz comemos. El maíz es omnipresente, y lo consumimos, por ejemplo, cuando tomamos una gaseosa, y también en infinidad de otros productos alimenticios industriales (J.M.A.F., en las etiquetas, significa “jarabe de maíz de alta fructosa”, y hay muchos otros derivados). En Estados Unidos, explica Food, Inc., se subsidia fuertemente la producción de maíz. Esto, demuestra la película con contundencia, tiene múltiples consecuencias para la economía y la salud. La alimentación, con tanto maíz, es mucho menos variada de lo que se supone y, por otro lado y sobre todo, los productos más industrializados que dependen de los abundantes y variados derivados del maíz se ven así subsidiados y pueden copar el mercado con facilidad. Es decir, el gobierno de Estados Unidos, según plantea la película, está subsidiando, por ejemplo, a las empresas de gaseosas. Food, Inc. también muestra los desastres del modo “moderno y eficiente” de la cría de vacas y pollos. Las imágenes de espacios marrones, sin pasto, que son apenas barrizales fecales para las vacas, y del hacinamiento y encierro de los pollos, son de alto impacto, y explican con mucho horror visual las consecuencias de los delirios de maximización de las ganancias corporativas. Por la manera defectuosa, apurada, inexperta de faenar una vaca puede morir un niño al comer carne mal cocida y con bosta vacuna (ese punto se trataba también en el libro Fast food nation). Pero además de estar presente en los documentales mencionados, la preocupación por la comida –con un crecimiento alarmante de la obesidad infantil y el sostenido aumento de precio de los alimentos de mejor calidad–, llegó incluso a una película de ficción de Pixar como Ratatouille (2007), cuyo héroe era la rata Remy, que triunfaba en su obsesión por comer bien, en un relato que contraponía la buena comida a la basura que comían las ratas y, además, ligaba significativamente esa basura a la comida rápida. El malo de la película, el chef Skinner, quería desarrollar varias líneas de comida rápida industrializada seudo étnica con la marca del sofisticado restaurante en el que transcurría la acción.

En Food, Inc. también se habla de los peligros de la agricultura transgénica y las corporaciones (agro)químicas. Peligros que son alimentarios, de salud pública, judiciales y algunos aún más tenebrosos (5). Al ver el hacinamiento en los criaderos de pollos que muestra Food, Inc., y las enfermedades que ese hacinamiento genera, es muy difícil por estos días no pensar en la gripe porcina, según no pocos especialistas al menos propiciada por el literal apilamiento de animales, que progresivamente se crían a mayor escala y a mayor velocidad (6). Esa cría se ha convertido, con el correr del tiempo, en cada vez menos natural y menos lógica. Food, Inc. informa que las corporaciones imponen la siguiente idea: hay que criar pollos sin que caminen, y a la sombra, encerrados, sin que vean la luz natural. Por último, Food, Inc. no es una película pro-vegetarianismo sino, por momentos, lisa y llanamente pro-sensatez: de hecho, muestra ejemplos más sanos de cría de animales para consumo. La película deja flotando unos cuantos interrogantes: ¿hasta dónde llegan las presiones de las corporaciones alimenticias?; ¿cómo imponen sus modos?; ¿cuánta plata les cuestan estas corporaciones a las sociedades, no sólo en subsidios sino además en problemas sociales de salud y derivados? Y, por supuesto, queda resonando la pregunta cotidiana: ¿qué comemos cuando comemos?


Un sistema irracional
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Las películas de este cruce transversal muestran no sólo preocupación por cómo y dónde viven (y mueren) los animales. La vivienda humana y el diseño urbano y suburbano también se ponen en cuestión. Si una de las películas fundamentales de los años noventa, Safe (1995), de Todd Haynes, ponía en escena a una protagonista que se enfermaba por las formas de vida del siglo XX (casa suburbana, coches, emanaciones), películas como la canadiense Radiant City (7) o las estadounidenses The end of Suburbia: oil depletion and the collapse of the american dream (8) y The unforeseen (9) plantean sociedades enfermas –o en extinción– a partir de un modo de vida habitacional disparatado: la explosión suburbana en los dos países más al norte de América. El vaciamiento de las ciudades y la proliferación de falsas ciudades o seudo ciudades, acumulaciones de casas gigantescas y centros comerciales concentrados generan no sólo fealdad arquitectónica, contaminaciones diversas, falsa vida comunitaria y homogeneidad endogámica. Además, se plantea en Radiant City, los habitantes de Estados Unidos y Canadá ocupan muchos más metros cuadrados por persona que los europeos. Más metros cuadrados significa más energía para iluminación, calefacción y refrigeración. A eso se le suma la dependencia constante del automóvil para ir de la ciudad en donde se trabaja a la casa suburbana, y viceversa, todos los días. Para ir al colegio, para ir al supermercado, al cine también se necesita el automóvil, y la mayor parte de las veces hay dos o más por familia. Plantea The end of Suburbia que esto constituye una inversión de recursos energéticos disparatada, una dilapidación que ha durado décadas (no por nada Estados Unidos consume el veinticinco por ciento del petróleo mundial con menos de un cinco por ciento de la población). En The end of Suburbia también se apunta que la General Motors hizo todo lo posible para impedir el desarrollo lógico de las redes ferroviarias de trenes livianos, para así promover un modo de vida sustentado a base de petróleo barato y abundante para el siempre creciente parque automotor. Barato y abundante: dos características que el oro negro ha perdido, tal vez definitivamente.

Con respecto al petróleo, más de un documental ha planteado su fin más o menos próximo y su reemplazo difícil o imposible en el futuro cercano: el documental suizo A crude awakening: the oil crash (10) plantea que las energías alternativas no son el sustituto rápido y eficiente que algunos creen. Esta película, con un tono de manifiesto alarmado y con humor (negro), es casi una película de terror, la del increíble petróleo menguante. Más reposado, más tradicionalmente didáctico es el documental televisivo en cuatro partes The epic of black gold, de Jean-Pierre Beaurenaut e Yves Billon (11). Sus casi cuatro horas de duración, además de aportar mucha información sobre empresas, intereses políticos, guerras y explotaciones, también plantean que es innegable el declive de las reservas de petróleo. Y la escasez del mismo puede relacionarse perfectamente con el transporte de los alimentos y su consecuente encarecimiento (además de la proliferación de conservantes, pesticidas y transgénicos). Los alimentos se trasladan demasiado, dicen quienes pregonan las compras de cosechas cercanas, sustentables, orgánicas.

“Ya viene… aquí va a pasar algo horrible”. Eso repetía, durante todo un invierno, Allie Fox, protagonista de La costa de los mosquitos, libro de 1982 de Paul Theroux (12). El narrador del libro es el hijo de Allie, Charlie, que agregaba, luego de citar la expresión de su padre: “Estaba inquieto y parlanchín. Decía que veía los signos por todas partes. En los precios altos, el mal humor, las terribles preocupaciones. En la estupidez y codicia de la gente, y en su gordura porcina”. Allie Fox se iba de Estados Unidos, abandonaba su odiada “civilización” para intentar su utopía de inventor individual en Honduras y, obviamente, fracasar. El libro de Theroux tuvo una versión fílmica en 1986, dirigida por Peter Weir y protagonizada por Harrison Ford y River Phoenix. La película fue un sonoro fracaso. Según el crítico Roger Ebert, el personaje de Allie Fox era un quejoso insoportable. Pues bien, si a alguien se le ocurriera reestrenar hoy La costa mosquito, probablemente encontraría una mejor respuesta por parte del público. Pasaron más de veinte años y la idea de que la civilización occidental, tal como está, es una bomba de tiempo, se ha hecho más popular y está más presente en el cine. Hoy, tal vez, las advertencias de Allie Fox sobre la energía, la comida, las escuelas, el comercio, la salud, la vida en Estados Unidos y –por mímesis e influencia– en buena parte del mundo, se escucharían con más atención. El fracaso de Allie Fox –un megalómano y un dogmático, sí, pero que pretendía un modo de vida distinto, sustentable, con bases lógicas– podría ser entendido hoy no tanto como un fracaso particular, individual, sino más bien como otro dato de un momento muy pesimista del mundo. Y de un sector del cine.



1 Quiroga, Horacio, Arte y lenguaje del cine, Losada,
Buenos Aires, 1996.
2 El lanzamiento de la película fue tan desastroso (no se estrenó ni en Nueva York ni en San Francisco), tardío y silencioso que se ha hablado incluso de un boicot por parte de la Fox. Véanse, por ejemplo, los sitios www.cinematical.com/2006/09/02/review-idiocracy/ o www.esquire.com/features/ESQ0606MJUDGE_84?click=main_sr (ambos links están en inglés).
3 Se trata de una hipérbole de las “revolving doors (puertas giratorias), un deporte nacional en Estados Unidos consistente en situar en puestos oficiales clave a representantes de la industria privada y viceversa”, ver A. Coronato, “La mala hierba de Monsanto”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2009.
4 En 2004, dirigida y protagonizada por Morgan Spurlock, quien se sometía a una monodieta de fast food y aceptaba todas las sugerencias de “agrandar los componentes del menú” que le hacían los empleados.
5 Véanse el libro y/o el documental El mundo según
Monsanto, exhibido en el XI Festival Internacional
DerHumALC, cine de derechos humanos, de mayo-junio 2009, o la nota del Dipló citada en la nota 3.
6 Véase Ignacio Ramonet, “Los culpables de la gripe porcina”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2009.
7 Dirigida por Jim Brown y Gary Burns, 2006.
8 Dirigida por Gregory Greene, 2004.
9 Dirigida por Laura Dunn, y con Robert Redford y Terrence Malick como productores ejecutivos, 2007.
10 Dirigida por Basil Gelpke y Ray McCormack, 2006. 1#1 Francia, 2005.
12 Punto de Lectura, Barcelona, 2008.

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