mercredi 16 septembre 2009

Exceso de tóxicos en hortalizas de la Sabana



Hortalizas de la Sabana de Bogotá presentan excesivas concentraciones de metales tóxicos como el cadmio, que se acumula en hígado, riñón y pulmones. Cortesía Diego Miranda


MAGDA PÁEZ TORRES, UNIMEDIOS

Hortalizas regadas con el agua del río Bogotá albergan en sus tejidos residuos de metales pesados como cadmio y arsénico, que superan los límites permitidos. La acumulación de estos elementos en el organismo podría generar enfermedades del sistema nervioso, problemas respiratorios y cáncer.

No es veneno, pero como si lo fuera, cada vez que se consume una hortaliza de la Sabana de Bogotá, con todos los nutrientes que puede aportar, se reciben residuos de metales pesados que se alojan en los diferentes rincones del organismo y pueden causar impacto en la salud: problemas respiratorios, complicaciones nerviosas y hasta cáncer.

Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia, realizado con el apoyo de Colciencias, encontró cantidades excesivas de arsénico, plomo, mercurio y cadmio en el apio, la lechuga, el repollo y el brócoli. La razón de la presencia de estos metales no es más que el riego de los cultivos con agua del río Bogotá, cuya contaminación no es un secreto, pero sus efectos, al parecer, no acaban de dimensionarse.

El cultivo de hortalizas es de ciclo corto, con una periodicidad de riego cercana a dos veces por semana. En la medida que se hacen los riegos, queda el agua en el suelo. La planta absorbe la carga contaminante, junto con la fuente hídrica.
Los campesinos entienden la gravedad de la situación, pero sostienen que, literalmente, se les sale de las manos, pues no cuentan con más alternativas de riego y, apelar a procesos de descontaminación, quebraría su economía.

En apariencia, la calidad de estos productos es aceptable en el mercado por su forma, peso y textura. Sin embargo, el problema radica en su parte interior, porque además del amplio número de contaminantes provenientes de las aguas del río Bogotá, reciben en sus tejidos concentraciones de metales pesados, que están excediendo los niveles máximos permisibles de la normatividad en este sentido.



Los campesinos riegan sus cultivos con agua del río Bogotá porque afirman no tener otra fuente hídrica para hacerlo. - Foto: A. Felipe Castaño - Unimedios



Por ejemplo, en el apio cultivado en el municipio de Mosquera, se encontró 0,95 partes por millón (ppm) de cadmio (Cd) y 0,29 de arsénico (Ar), superando los límites máximos permitidos por el Icontec, que son de 0,01 y 0,1 ppm. También, en el caso del Cd, se desbordó el parámetro de la Unión Europea, que es de 0,20 ppm.

Estas cifras podrían parecer insignificantes, si se desconoce que el cadmio es un elemento tóxico, que tiende a acumularse en hígado, riñón y pulmones. De acuerdo con los investigadores y, como corroboró Óscar Eduardo Osorno, director del Departamento de Química de la UN, puede producir arterioesclerosis, hipertensión arterial y está asociado con cáncer testicular y de próstata.
Por su parte, el arsénico se manifiesta en la salud humana con la disminución en la producción de glóbulos rojos y blancos, cambios en la piel e irritación de los pulmones. Se considera inductor del cáncer de piel.

Para Osorno, director del Departamento de Química de la UN, los niveles de cadmio encontrados son bastante preocupantes. Además de los problemas de salud mencionados, indicó, podría causar el llamado síndrome de fanconi, que se caracteriza por trastornos de los túbulos renales. “Ciertas sustancias absorbidas en el torrente sanguíneo son liberadas en lugar de la orina”, explicó. La consecuencia es orina frecuente y, por ende, deshidratación.


También hay plomo y mercurio


En el caso del brócoli, los niveles de plomo, con 0,45 ppm, superaron ampliamente las concentraciones de referencia de la norma de la Unión Europea, que establece un valor de 0,1 ppm.

Datos como estos se obtuvieron mediante muestreos durante todo el ciclo del cultivo. Según el profesor Diego Miranda, uno de los autores de la investigación y docente de la Facultad de Agronomía, se hizo un análisis de nutrientes y se estudió la concentración de metales pesados en el tejido foliar.

En el municipio de Soacha, la lechuga presentó en su tejido foliar una concentración de Pb, de 0,74 ppm, y en Mosquera, de 0,45 ppm, cifras que son muy superiores a la normatividad de la Unión Europea para el año 2007, cuya permisividad es de 0,1 ppm en hortalizas frescas.

Aunque el cuerpo necesita pequeñas cantidades de cadmio y plomo, cuando estos elementos empiezan a superar los límites, se vuelven tóxicos o venenosos. “El Pb puede causar daño en los riñones, en el tracto gastrointestinal, en el sistema reproductor y en las neuronas”, afirmó el profesor Osorno. El organismo puede tardar hasta 20 años en eliminar esta sustancia.

El contenido de arsénico, en Soacha, también superó los 0,20 ppm permitidos por la norma de la Unión Europea, con 0,51 ppm. Un caso similar ocurrió con el mercurio (Hg), que con 0,59 superó los estándares establecidos.

El problema con el mercurio, sostuvo Osorno, es que el cuerpo nunca lo elimina. Eso hace que se vaya acumulando y empiece a causar efectos en la salud: afecciones en el cerebro, en el sistema nervioso y reacciones alérgicas.

Como lo afirmó el profesor Miranda, una vez estos metales son absorbidos por la hortaliza, es imposible retirarlos. Algunos de los contaminantes a veces se eliminan con lavados y otros controles sanitarios. No obstante, el problema es de mayores dimensiones, porque cuando estos elementos se impregnan, no hay manera de extraerlos.

Un problema de salud pública

Aunque las hortalizas de la Sabana de Bogotá llegan en su mayoría a la capital y otras zonas de Cundinamarca, hay muchos puntos del país donde también se comercializan, principalmente, a través de las centrales de abastos y, de ahí, a diferentes distribuidores.

La Secretaría de Salud de Bogotá viene haciendo seguimiento a este problema, señalan el médico salubrista Luis Jorge Hernández y la docente de la UN e ingeniera química Gloria Guevara. Los monitoreos han permitido detectar presencia de metales pesados en las hortalizas que se comercializan en la localidad de Bosa, con valores que exceden la normatividad establecida.

“A partir del año 2010 se comenzarán a evaluar contenidos de metales pesados como cadmio, plomo y arsénico en hortalizas que se comercializan en supermercados del Distrito Capital, comenzando por priorizar aquellas localidades de mayor vulnerabilidad. Los resultados hasta ahora obtenidos permiten crear una línea de base para comenzar a aplicar medidas preventivas y correctivas”, sostuvieron los profesionales.

Esto, agregaron, amerita la toma de medidas sanitarias como decomisos, una intensa labor de sensibilización, educación y seguimiento a las diferentes personas que intervienen en la cadena de seguridad alimentaria en las 20 localidades de Bogotá.
Metales pesados como estos, expresó Hernández, pueden producir enfermedades crónicas por acumulación como cáncer de piel, de hígado, de estómago o enfermedades degenerativas. “Por eso, las alertas están prendidas y se están haciendo actividades de vigilancia, inspección y control”.

Añadió que es un problema nacional, por lo que se debe trabajar con el Ministerio y el Instituto Nacional de Salud para hacer trabajos específicos sobre el tema.


Falta mano del Estado

Cristóbal Oliveros, ingeniero civil del área de Distritos de Riego de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca, CAR, tiene claro que la calidad del agua de la cuenca del río Bogotá, que abarca municipios como Soacha, no cumple con los parámetros requeridos en cualquier tipo de actividad humana. Sin embargo, se sigue utilizando en los cultivos.

“La Corporación tiene facultades para otorgar un caudal determinado, mediante una concesión, para un uso específico. Por ejemplo, a la altura de Soacha no ha otorgado concesión para riego. Es un tema más de conciencia, pues resulta bastante difícil de controlar”, sostuvo.

Oliveros sostuvo que en los estudios históricos realizados sobre el río Bogotá se ha detectado la presencia de algunos metales pesados: “frente a ello hay opciones de tratamiento. No obstante, aún está en aprobación el plan financiero que permitiría emprender la descontaminación de este caudal, con sistemas de tratamiento especializados”.

Por su parte, Élver Muñoz, productor usuario del distrito La Ramada, que se surte de la cuenca media más contaminada, la del río Bogotá, sostuvo que, teniendo en cuenta la situación que revela el estudio de la UN, las autoridades deberían ofrecerles alternativas para sus cultivos. “Necesitamos tecnologías, pero son muy costosas y por eso ninguno de nosotros puede asumirlas. Aquí la mayoría de productores son arrendatarios, ni siquiera somos propietarios de las tierras”, señaló.

En opinión de Juan Ortiz, agrónomo que desarrolla un proyecto en la zona, lo más conveniente sería que las instituciones responsables trabajaran un tratamiento de agua macro, por veredas, pues sería muy costoso para cada productor implementar estas tecnologías.
Aunque en algunas zonas hay plantas de tratamiento, estas no combaten los metales pesados, sino que están orientadas a funciones de descontaminación de otro tipo.

El profesor Miranda fue enfático en señalar que el agricultor no tiene la culpa, porque el río Bogotá es la única opción de riego con la que cuenta. “Hace falta la mano del Estado, en el sentido de adelantar proyectos que busquen la descontaminación, por lo menos, de las aguas que son utilizadas para riego”, dijo.



Allí convergen varios temas: economía, ambiente, alimentación y salud pública, que como lo afirman los expertos, ameritan un tratamiento conjunto y apremiante, pues es claro que, en la medida en que los problemas iniciales no se han solucionado a tiempo, la problemática se va ampliando a diversos frentes de la vida social. Así que, de seguirse dilatando, la solución sería cada vez más difícil.

Mientras tanto, los consumidores se enfrentan a la disyuntiva de comer para vivir o para morir al mismo tiempo, en un proceso en que el organismo parece ir envenenándose, de forma silente.

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