Friedrich von Spee (pronunciado «Shpay») era un jesuita que tuvo la mala suerte de escuchar las confesiones de los acusados de brujería en la ciudad alemana de Wurzburgo (véase capítulo 7). En 1631 publicó Cautio Criminalis (Precauciones para los acusadores), donde exponía la esencia de aquel terrorismo Iglesia-Estado contra los inocentes. Antes de recibir su castigo, murió víctima de una epidemia de peste... atendiendo a los afligidos como cura de la parroquia. Aquí tenemos un extracto de su libro:
1. Por increíble que parezca, entre nosotros, alemanes, y especialmente (me avergüenza decirlo) entre católicos, hay supersticiones populares, envidia, calumnias, maledicencias, insinuaciones y similares que, al no ser castigadas ni refutadas, levantan la sospecha de brujería. Ya no Dios o la naturaleza, sino las brujas son las responsables de todo.
2. Así, todo el mundo clama para que los magistrados investiguen a las brujas... a quienes sólo el chisme popular ha hecho tan numerosas.
3. Los príncipes, en consecuencia, piden a sus jueces y consejeros que abran los procesos contra las brujas.
4. Los jueces apenas saben por dónde empezar, ya que no tienen evidencias [indicia] ni pruebas.
5. Mientras tanto, la gente considera sospechoso este retraso; y un informador u otro convence a los príncipes a tal efecto.
6. En Alemania, ofender a estos príncipes es un serio delito; hasta los sacerdotes aprueban lo que pueda complacerles sin preocuparse de quién ha instigado a los príncipes (por muy bien intencionados que sean).
7. Al final, por tanto, los jueces ceden a sus deseos y consiguen empezar los juicios.
8. Los jueces que se retrasan, temerosos de verse involucrados en asunto tan espinoso, reciben un investigador especial. En este campo de investigación, toda la inexperiencia o arrogancia que se aplique a la tarea se considera celo de la justicia. Este celo también se ve estimulado por la expectativa de beneficio, especialmente para un agente pobre y avaricioso con una familia numerosa, cuando recibe como estipendio tantos dólares por cabeza de bruja quemada, además de las tasas incidentales y gratificaciones que los agentes instigadores tienen licencia para arrancar a placer de aquellos a los que convocan.
9. Si los desvaríos de un demente o algún rumor malicioso y ocioso (porque no se necesita nunca una prueba del escándalo) señalan a una pobre mujer inofensiva, ella es la primera en sufrir.
10. Sin embargo, para evitar la apariencia de que se la acusa únicamente sobre la base de un rumor, sin otras pruebas, se obtiene una cierta presunción de culpabilidad al plantear el siguiente dilema: o bien ha llevado una vida mala e impropia, o bien ha llevado una vida buena y propia. Si es mala, debe de ser culpable. Por otro lado, si su vida ha sido buena, es igual de condenable; porque las brujas siempre simulan con el fin de aparecer especialmente virtuosas.
11. En consecuencia, se encarcela a la vieja. Se encuentra una nueva prueba mediante un segundo dilema: tiene miedo o no lo tiene. Si lo tiene (cuando escucha las horribles torturas que se utilizan contra las brujas), es una prueba segura; porque su conciencia la acusa. Si no muestra temor (confiando en su inocencia), también es una prueba; porque es característico de las brujas simular inocencia y llevar la frente alta.
12. En caso de que éstas fueran las únicas pruebas, el investigador hace que sus detectives, a menudo depravados e infames, hurguen en su vida anterior. Esto, desde luego, no puede hacerse sin que aparezca alguna frase o acto de la mujer que hombres tan bien dispuestos puedan torcer o distorsionar para convertirlo en prueba de brujería.
13. Todo aquel que le desee mal tiene ahora grandes oportunidades de hacer contra ella las acusaciones que desee; y todo el mundo dice que las pruebas contra ella son consistentes.
Nota: La lista sigue hasta el número 38.
El Mundo y sus Demonios, p. 439 - 441.
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